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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Larga distancia

En el mundo del entrenamiento deportivo, las diferencias físicas entre hombres y mujeres han sido y son objeto de múltiples estudios. Las intenciones de tales investigaciones son muchas veces simplemente explicativas y otras utilitarias, es decir, su objetivo final es que se utilicen los datos obtenidos o las conclusiones que se derivan a partir de esos datos para algo. En este sentido y refiriéndome al plano específicamente deportivo, cuando hablamos de las diferencias entre mujeres y hombres, una razón utilitaria puede, debería ser y normalmente ha sido establecer medidas que igualen o equiparen la práctica de ambos sexos en un deporte en cuestión. 
No hay mayor desigualdad que la de tratar a todos por igual, pero esto parece que en nuestro querido deporte no se aplica.

Saltándonos las evidencias científicas y no científicas, permitimos que los niños pasen de jugar en minibásket, con el aro a 2,60 metros de altura, a canastas de baloncesto a 3,05... y por si no fuera suficiente cambio, el balón aumenta de tamaño, especialmente importante es que aumente el diámetro, y por consiguiente, también de peso: de talla 5 a talla 7. En el caso de las categorías femeninas, el balón pasa a talla 6 como única medida adaptativa de género.

Esto es lo que ocurría hasta hace poco. La situación actual es todavía peor: la línea de tres puntos, uno de los mayores espectáculos de nuestro deporte (junto con el ansiado mate), se aleja medio metro más del aro con respecto a hace unos años: de 6,25 pasamos a 6,75. Es decir, que los niños de 11 años pasan, en cuestión de días o meses, a jugar un baloncesto de medidas adultas para el que la mayoría, la gran mayoría, no está preparada. Eso sí, las niñas con un balón talla 6... ¿es suficiente esta medida?