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sábado, 20 de agosto de 2016

El capote y el escudo

El final de la primavera es una época prolífica para que los clubes de baloncesto de toda España se pongan manos a la obra y configuren la nueva temporada, una vez que se ha hecho un análisis de la que acaba, con mayor o menor  profundidad o rigor.

Análisis hay de muchos tipos, basados en datos objetivos o en otros que lo son menos. La recopilación de estos no suele ser muy difícil si la estructura del Club es relativamente adecuada.  A los entrenadores les suele gustar hacer las memorias finales, entre otras cosas porque son un instrumento de reflexión personal importante. Cualquier entrenador que se sienta valorado comparte gustoso con su Director Técnico (o su coordinador deportivo) estos detalles y valoraciones.

Otra cosa es la interpretación de los mismos porque, ya se sabe, uno siempre busca aquello que le reafirme en lo que piensa y, cuando algo contrasta con sus creencias, pues simplemente sigue buscando hasta encontrar, como mínimo, el mal menor. Hablando en plata: lo que quiere escuchar y de quien lo quiere escuchar. 

En estos finales de temporada, y en los inicios de la siguiente, también se llevan a cabo análisis por parte de las familias. ¡Faltaría más! Y ojo, que no se trata solamente de una expresión común, sino que precisamente harían falta más análisis

La experiencia que yo tengo sobre la relación de las familias con los entrenadores es que ésta suele ser inadecuada. No ya la relación en sí, que puede depender de múltiples variables, sino la dinámica de esta relación. "O se pasan o no llegan", diría yo. De hecho, resulta bastante común encontrar clubes que, como argumento para contar con este o aquel entrenador, uno de los pros o servicios que  ofertan es: "De los padres no te tienes que preocupar". Claro, si uno es relativamente ingenuo puede pensar: "¡Ah! Esto es porque existe una Escuela de Padres, o algo así, y tienen bastante controlado lo que se espera de ellos". O bien: "Perfecto. Entonces se explicará a los padres las partes en las que se divide la temporada, los contenidos a trabajar y que lo importante es aprender a jugar a baloncesto, más allá de los marcadores a favor". 

En teoría y por lo general, la idea de la no comunicación entrenadores-padres trata de descargar al grupo, entrenadores y especialmente jugadores, de una presión añadida que no beneficia a nadie; y ofrecer a los padres información: la que se quiera proporcionar y la que ellos soliciten (y también se quiera proporcionar). Como digo, esta es la versión ingenua.

La versión real suele ser el "escudo" o también, como se suele decir por estos lares, el "capote". Y la verdad es que he visto a gente que tiene mucho capote. Maestros del mismo, si es que se puede decir así. Que te venden lo que sea o que consiguen que te vayas pensando lo contrario a aquello que tenías en mente... Qué cosas, oiga. 

Pero el que opta por el escudo, quizá porque tiene escaso capote, suele ser menos "delicado" y simplemente crea un telón de acero para proteger, en principio, al entrenador. No se discute, ni se habla con el coach para hacer más fácil su labor. Así de... ¿fácil? Lo que pasa es que lo que protege, también aísla. 

Por ello, a priori, puede parecer que la opción del capote es mucho mejor que la del escudo... Pero la realidad es que las dos pueden ser igual de malas. Especialmente si al Club también le asaltan las dudas. Si la fe que tiene en su entrenador o la manera de manejar el capote por el encargado del mismo deja qué desear, el desastre está servido. Decir verdades a medias te hace estar en la cuerda floja de la mentira y la desconsideración, bien hacia los padres o bien hacia el entrenador. Y la imagen del Club, por consiguiente, se puede ver deteriorada.

Al mismo tiempo, el capote y el escudo aplicados al unísono y discriminadamente suelen crear un desconcierto considerable. Sobre todo cuantos más agentes entran en juego: familias, jugadores, entrenadores... Es decir, que el efecto escudo, por ejemplo, funciona de las familias hacia el entrenador y viceversa, y aquí es efectivamente donde se puede producir el aislamiento. Al final, el poder lo tiene el mensajero y puede no ser del todo justo (o directamente mentir como un bellaco a unos y a otros). Por suerte, yo no he tenido que vivir conscientemente esta situación. Si la he vivido inconscientemente es algo que no puedo controlar, pero que tampoco me extrañaría. Al final son 17 años entrenando y cada día me sorprenden más cosas. 

Por eso, siempre he defendido que la mejor manera de que las relaciones familias-clubes vayan tan bien como sea posible es que sí exista la comunicación con los padres. Ojo: comunicación directa con el entrenador. Al menos una reunión inicial y diversas reuniones, más o menos formales, durante el año. Incluso cuando ha dependido de mí, he tenido una hora de tutoría porque entiendo que hay familias que necesitan respuestas y yo siempre he estado encantado de darlas. Es mucho mejor acercar puntos de vista al principio que solucionar situaciones enquistadas.

Al final, los análisis familiares de los que hablaba en los primeros párrafos del post suelen tener muy en cuenta estas cosas. ¿Qué cosas? Bueno, pues todas sobre las que he escrito: que se haga una valoración de la temporada, transmitir de una forma más o menos seria las evoluciones de su hijo, conocer cuál será el entrenador del próximo año, facilitar el plan de trabajo del periodo estival, valorar si les colocan un escudo o les muestran el capote, o si estos son la regla general o depende de según qué persona el que se utilice una cosa u otra...

Como mínimo estas cuestiones, pero seguro que también hay muchas más. Por eso, como decía, los clubes tienen (o deberían tener) un final de primavera y un principio de verano tan ajetreado... Porque las familias deben ser exigentes. Sobre todo las que tienen conocimiento de causa. Y habrá algunas que se conformen, por supuesto, pero otras puede que no. 

A raíz de estos análisis y de la exigencia probable y deseada, se dan situaciones de movimientos de jugadores. Nunca me ha gustado este tema en categorías de formación... pero claro, esto tampoco puede ser una excusa que defienda a aquellos clubes que no son autoexigentes con su propia estructura. Así que aquí llegamos al mismo punto que con el análisis de resultados de esas memorias: si solamente escuchamos lo que queremos oír, el desastre está servido, porque seguramente no serán pocos los veranos en los que exista ese goteo de personas hacia otros clubes. Repito, un desastre, porque que se vayan varios jugadores quizás sea hasta asumible, pero si se van buenos chicos, o buenas chicas, y no se te hace un nudo en el estómago, aunque sea simplemente por un atisbo de duda sobre tu gestión, entonces aquellos que se fueron son, simplemente y sin duda alguna, mucho mejores que tú. 


1 comentario:

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