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domingo, 28 de agosto de 2016

El año que viene será mi año

Hace muchos años viví la temporada de un equipo cadete como pocas he vivido. Sin ser yo su entrenador, sino simplemente por razones emocionales. Incluso llegué a dormir con algo de ansiedad el día antes de su final four. Era un equipo de mi club y me preocupaba por los jugadores, por su progresión, porque desarrollaran su talento, porque fueran entrenados de la mejor manera posible... y un largo etcétera. Pero cometía un fallo terrible: los solía descargar a ellos de gran parte de la responsabilidad en su formación. 

En aquella época mi club no tenía la posibilidad de tener un equipo por año, sino uno por categoría. Normalmente convivían jugadores de primer y de segundo año. Por ello, el Director Técnico y los entrenadores tenían que jugar muy bien con esto, pues un equipo al completo de segundo año te obliga a buscar prácticamente un equipo nuevo para el año siguiente. Pero las cosas funcionaban más o menos bien ya que en todas las categorías se solía ser competitivo. 

En la última idea del párrafo anterior he tirado de ironía, pero ahí lo dejaré.

El caso es que la posición de base en aquel equipo cadete estaba masificada... como suele pasar. Principalmente nos encontrábamos un jugador de segundo año, con una calidad individual espectacular, aunque puede que demasiado volcado a la anotación, y un jugador de primer año que había hecho un segundo año infantil genial. A mí, de hecho, me encantaba como base, aunque técnica y físicamente tenía mucho que pulir. El reparto de minutos solía ser muy desigual, decantado hacia el primero. El segundo tiró la toalla pronto... "El año que viene será mi año, papá" le dijo a su padre en la que fue su sentencia psicológica.


Aproximadamente tal día como hoy, pero en aquellos últimos días de verano post final four, coincidí con el padre de ese jugador. Por lo que me contó, quizá de forma exagerada o quizá no, se había pasado todo el verano en el sofá, viendo la tele y prácticamente no haciendo ejercicio. "Qué mal lo va a pasar en la pretemporada", comentaba medio riendo. Yo, sencillamente, no daba crédito

Por aquel entonces no concebía que un jugador no quisiera mejorar. Conformarse con las cotas alcanzadas es tener cortedad de miras... y me temo que esto está pasando hoy en día, extrapolándose modelos que son muy útiles en muchos ámbitos, pero nada eficientes en otros. Al menos en el deporte claramente no. 

Parece que todo lo que tiene que ver con la cultura del esfuerzo es muy negativo. La lluvia de métodos alternativos de enseñanza, pseudopedagogía, neuroeducación y un largo etcétera es tan torrencial, que ni con el mejor paraguas podríamos evitar acabar empapados. Y con esto hay varios problemas: el primero, que uno acaba mojado tanto de lo bueno como de lo malo, porque muy a menudo no tenemos tiempo, o no nos molestamos, en discriminar lo que verdaderamente se ha demostrado como válido y lo que no. El segundo, que aparcar el estímulo competitivo en Educación para enfocarnos más en el trabajo cooperativo ha hecho que la competición sea vista, casi siempre, como algo negativo. La competición y la comparación: que a nadie se le ocurra comparar a un alumno con otro, pues falta poco para que se considere delito penal y aquí ni amnistía ni nada que se le parezca. 


¿Qué hacemos entonces con los ídolos? ¿Cuántas personas han seguido los pasos de alguien? ¿Cuántos han encontrado inspiración en las gestas de otros? ¿Qué pasa con esos espejos donde muy a menudo nos miramos?

Entiendo el dilema, pero las reglas generales no sirven. El baloncesto, y el deporte en general, tienen una relación con el mundo educativo gigantesca. Pero no nos engañemos: la tienen desde el punto de vista del entrenador/formador. Desde el punto de vista de los jugadores no tiene por qué. Los jugadores tienen todo el derecho del mundo, y casi la obligación, de conocerse a sí mismos y no conformarse. Y si a esto les ayuda el compararse con alguien, que así sea. Porque capacidades hay de muchos tipos y la gran mayoría, la inmensa mayoría, o bien son mejorables/entrenables, o bien, si no lo son, pueden ser compensables. Es decir, que aquellas que no pueden entrenar o mejorar más, pueden compensarlas entrenando otras que sí tienen margen de mejora.

Un ejemplo gráfico: si no tienes la suficiente altura como para robarle un rebote a alguien más alto que tú, trabaja tu deseo, tu colocación, tu fuerza-resistencia y tu capacidad de salto para compensar lo anterior. 

Así que queridos jóvenes jugadores, este verano ya prácticamente ha terminado... pero seguro que os quedan muchos por delante. No os conforméis. Y os daré unos consejos: cuando salgáis a correr, pensad en ese compañero que juega más que vosotros e imaginadlo a vuestro lado, corriendo a un ritmo superior... y trabajad para superarlo. Cuando vayáis a lanzar a canasta y estéis cansados... pensad en ese compañero que tira mejor que vosotros... e imaginadlo quedándose a tirar cuando vosotros os vais a casa, cansados. No os vayáis; quedaos un poco más. Siempre se pueden hacer unos tiros más. Cuando te duela la espalda de botar la pelota, mientras descanses, piensa en ese compañero que siempre te supera en el 1x1 por su manejo de balón... imagina que a él también le duele la espalda, y las manos, y los muslos... pero aguanta el dolor. ¿Va a aguantarlo más que tú?

Son solamente consejos de alguien que probablemente no conoces. No tienes por qué seguirlos. Ahora, de una cosa estoy seguro: si te conformas, el año que viene no será, tampoco, tu año. 

3 comentarios:

  1. Cuanta razón tienes en lo de la competitividad en la educación. Este año he cursado el máster en educación secundaria y había profesores que renegaban de ella. ¿Y que pasa cuando los alumnos compitan para entrar en un ciclo formativo o en un grado universitario? O cuando compitan en una oposición, o si trabajan en una empresa privada y compitan con las otras de su sector.

    Hay dos tipos de competitividad: querer ser mejor o querer ser el mejor. En la primera compites contra ti mismo, en la segunda contra los demás. Pero ninguna de las dos son malas, y la gente que piensa eso es porque tiene bastantes prejudicios acerca de los valores.

    No digo que la competitividad tenga que ser la base de la educación, creo en el trabajo cooperativo, pero no hay que dejarla de lado. Y aquí viene lo costoso, pero gracias a la competitividad se pueden enseñar muchos valores. Por ejemplo, en el caso de querer ser el mejor se le puede enseñar al alumno valores como el esfuerzo, la humildad (no siempre se podrá ser el mejor) o el trabajo en equipo (relacionado con la humildad, muchas cotas no las podrás alcanzar tu solo, y además muchas veces tus objetivos se consiguen si se consiguen los del equipo).

    La competitividad nos da muchas oportunidades de enseñanza, y aunque puede ser que sea una herramienta más difícil de manejar que el trabajo cooperativo (este puede ser el motivo principal de los que reniegan de ella) no hay que rechazarla.

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    1. Totalmente de acuerdo Joan. Ayer precisamente hablaba sobre esto. Y voy a más: se puede ser competitivo desde un trabajo cooperativo. Igual eso solamente lo entendemos los que practicamos un deporte de equipo...
      Los que han demonizado la competición dentro del sistema educativo lo han hecho con cierta razón... pero creo que se han pasado un poco.
      ¡Un saludo y muchas gracias por comentar!

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  2. Joder que memoria, y evidentemente ese ya no fue el año de ese jugador ni ningún año posterior

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