Siempre he pensado que si hubiera crecido con unos padres "adoptivos", es decir, los mismos genes pero una educación completamente diferente, habría tenido un predisposición idéntica similar hacia todo el mundo, exterior e interior, en cuanto a potencialidad de comportamiento, pero sería a buen seguro una persona totalmente diferente a la que soy ahora. Simplemente, mis experiencias habrían sido distintas. Quizá ciertos rasgos de mi personalidad serían los mismos, pero otros estoy seguro de que no.
Si a mi padre adoptivo no le hubiera gustado el deporte, no hubiese crecido viendo partidos de casi cualquier modalidad deportiva a casi cualquier hora. Si no hubiera estado expuesto a situaciones que enriquecieran mi experiencia motriz, a buen seguro que no habría desarrollado este aspecto. Si no hubiera crecido con el ejemplo de mis familiares ayudando a aquellos que lo necesitaban, quizá ni siquiera pensaría que eso es lo correcto. Si no hubiera visto a mis padres saludar al llegar a cualquier lugar y despedirse al marcharse, pensaría que lo normal es no hacerlo. Si no hubiera tenido una gran colección de libros, a buen seguro que no habría tenido las experiencias que tuve con la literatura y de las que tanto aprendí... y así un millón de cosas más, algunas probablemente más importantes que otras, pero todas y cada una de ellas van conformando la personalidad de una persona.
Por ejemplo, creo que la cultura del esfuerzo y la responsabilidad son dos de estas cosas. Si no hubiera tenido éxito al esforzarme al máximo, habría aprendido que mi esfuerzo no merecía la pena. Si no hubiera tenido éxito gracias a mi esfuerzo, no habría aprendido lo importante que es ser responsable para mantenerlo. O peor aún, si hubiera tenido éxito tanto sin esforzarme como sin ser responsable, entonces sí que jamás habría experimentado la necesidad de ambas cosas... y además, cuando dejara de tenerlo, me preguntaría por qué el "éxito" me ha abandonado...
Habrá quien piense que todo corresponde a un plan. Sí, puede ser... pero entonces es un plan tan sumamente complejo, que perfectamente lo podemos tomar como el más puro azar.
Centrándonos específicamente en baloncesto, no es difícil observar a ciertos jugadores con una inteligencia motriz superior a la media. Son aquellos capaces de reproducir un movimiento solamente con verlo una vez. Y algunas veces ni eso: una explicación verbal es suficiente para ellos. Esto es genética.
Ahora, también están los otros a los que les gusta aprender este tipo de movimientos, pero necesitan de su esfuerzo y responsabilidad para dominarlos: a partir del momento en el que les es mostrado, lo practican sin descanso (o simplemente cuando tienen tiempo) hasta dominarlo.
La diferencia entre estos dos jugadores, al final, va a ser inapreciable. Ahora bien, hay una máxima que se suele cumplir en el deporte y es que "el esfuerzo supera al talento cuando el talento no se esfuerza". Además, probablemente el jugador que ha pasado más horas entrenando habrá tenido más experiencias diferentes (habrá entrenado el gesto en situaciones más variadas) y puede que incluso tenga más recursos que el talentoso para adaptarse a la nueva situación. Y ojo: si tiene éxito, la enseñanza fundamental es que su esfuerzo y responsabilidad le ha llevado a triunfar. El feedback es cada vez más fuerte.
Si por el contrario el jugador talentoso es capaz, gracias a su inteligencia motriz, de superar con éxito la dificultad, como decíamos anteriormente, habrá aprendido que él es especial. Su talento está por encima del esfuerzo de los demás.
A este tipo de jugadores hay que enfrentarlos a problemas que no sean capaces de resolver solamente con su talento. De lo contrario, su estancamiento estará próximo... Y lo peor de todo: la cultura de esfuerzo y su sentido de la responsabilidad sencillamente no existirá. Y eso es una losa que arrastrará en todos los aspectos de su vida, no sólo en el mundo del deporte. Porque el que nunca se expone a una situación, para él no existe. El que no necesitar movilizar todo lo que tiene dentro para conseguir aquello que necesita o que sencillamente se ha propuesto, ¿realmente lo movilizará? ¿Para qué? ¿Por qué? No tendrá ni un objetivo, ni una razón para hacerlo.
Así pues, parte de la responsabilidad de un entrenador y de un educador es conseguir que ese jugador o aquel alumno, esté o no esté predispuesto genéticamente (pues en realidad será algo que desconozcamos) desarrolle en la medida de sus posibilidades la cultura de esfuerzo y el sentido de la responsabilidad necesarios para afrontar, con confianza, cualquier tipo de tarea o empresa que se proponga. Porque precisamente nuestra responsabilidad será, al menos, intentarlo.
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