lunes, 1 de enero de 2018

La autoexigencia

Después de casi 20 años entrenando es normal que haya conocido muchas jugadoras y jugadores con personalidades muy diferentes. Y analizando un poco más allá, todavía más interesante es para mí reflexionar, ahora ya con mucha perspectiva, sobre el perfil tan problemático que tenía yo como jugador, sobre cómo me veo reflejado en chicos y chicas que conozco y entreno, y también cómo puedo intentar ayudarles en este aspecto.

Me suelo definir como inconformista... como una cualidad y también como un defecto. He sido siempre el peor de mis jueces. El más implacable. A nadie le temía más que a mí mismo porque era el que me imponía el listón más alto. Sin embargo, con el tiempo he comprendido que no era a mí solamente al que correspondía poner la altura de ese listón ni tenía por qué recorrer ese camino yo solo. Y a pesar de comprender esto, lo sigo haciendo. 

Esta autoexigencia, digamos desmedida, me ha hecho perderme durante muchos años situaciones extraordinarias simplemente porque se podían hacer mejor. El inconformismo a veces está reñido con la felicidad. Citius, altius, fortius. Cerrarme la puerta a disfrutar lo máximo en cada momento es uno de las peores consecuencias del perfeccionismo. Autoexigencia, inconformismo, perfeccionismo... el cóctel es, a priori, peligroso. Y a posteriori puede serlo aún más.